En los últimos meses ha surgido y se ha viralizado en redes sociales, especialmente en TikTok, una tendencia peligrosa conocida como “la dieta de las princesas”. Bajo una apariencia de juego inocente y fantasía inspirada en el universo Disney, se esconde una propuesta de alimentación que no solo es altamente restrictiva y dañina para la salud, sino que también refuerza estereotipos y mandatos estéticos que afectan de forma directa a la autoestima y el desarrollo de niñas y adolescentes.
La premisa de esta dieta es sencilla pero alarmante: tomar como referencia a princesas de Disney para establecer planes de alimentación con el objetivo de conseguir su físico “ideal”. Blancanieves, por ejemplo, solo comería cinco manzanas al día; Ariel, como vive bajo el mar, haría ayuno total y solo bebería agua; y la Bella Durmiente pasaría el día durmiendo para evitar comer. Todas estas propuestas comparten un denominador común: no superar las 600 calorías diarias, una cifra extremadamente baja, especialmente en menores que están en pleno crecimiento y desarrollo.
Detrás de este planteamiento hay un mensaje directo e innegable: la delgadez es sinónimo de belleza, éxito, amabilidad y protagonismo, mientras que el sobrepeso se vincula a rasgos negativos como la pereza, la falta de inteligencia o la maldad. Esta narrativa no es nueva. Desde hace décadas, las películas infantiles —y Disney no es la excepción— han asociado de manera sistemática los cuerpos grandes a villanas o personajes cómicamente torpes, como Úrsula o la Reina de Corazones, mientras que las protagonistas delgadas encarnan virtudes como la bondad, la dulzura y la valentía.
Un estudio que analizó 31 películas infantiles encontró que en más del 84 % de ellas se representaban estereotipos negativos asociados a personajes con sobrepeso u obesidad. No se trata solo de historias ficticias: es un molde cultural que busca disciplinar el cuerpo y educar a las niñas desde la primera infancia en la idea de que su valor depende, en gran parte, de su apariencia física.
Las consecuencias físicas de esta dieta son preocupantes. En niñas, una ingesta tan reducida puede provocar fatiga, mareos, irritabilidad, pérdida de masa muscular, caída del cabello, problemas digestivos y retraso en el desarrollo puberal. En adolescentes, la restricción prolongada puede derivar en amenorrea (pérdida del ciclo menstrual), alteraciones hormonales, afectación de la salud ósea y debilitamiento del sistema inmune. A esto se suman los daños psicológicos: esta práctica puede detonar o agravar trastornos de la conducta alimentaria (TCA) como anorexia y bulimia, así como fomentar una relación conflictiva con la comida, el ejercicio y la imagen corporal.
Más allá de los riesgos físicos, el impacto social y emocional es igual de grave. Este tipo de mensajes normalizan la idea de que el cuerpo debe ajustarse a un estándar estrecho para ser aceptado y querido, y enseñan a las niñas a medir su valor en función de su tamaño o peso. De esta manera, se refuerza la presión estética y se perpetúan los mismos mandatos que han afectado a generaciones anteriores, solo que ahora amplificados y difundidos a una velocidad sin precedentes gracias a las redes sociales.
TikTok, como principal plataforma de difusión de esta tendencia, ha demostrado ser un espacio en el que prosperan no solo retos y modas inofensivas, sino también contenidos peligrosos relacionados con dietas extremas y comunidades que promueven la restricción alimentaria, muy similares a los antiguos foros Pro-Ana y Pro-Mia. El alcance masivo y la estética cuidada de estos vídeos hacen que los mensajes sean aún más atractivos para niñas y adolescentes, camuflándose bajo un envoltorio de fantasía y “estilo de vida saludable” que, en realidad, esconde prácticas altamente nocivas.
Lo más preocupante es que estas ideas se presentan como un juego. Utilizar a personajes que forman parte del imaginario infantil para promover conductas de riesgo no solo trivializa la gravedad del asunto, sino que también facilita que estas creencias se arraiguen desde edades muy tempranas. Lo que comienza como una “actividad divertida” puede convertirse en la semilla de un TCA o en una relación complicada y dolorosa con la comida y el propio cuerpo.
Es fundamental entender que no estamos ante un fenómeno anecdótico o pasajero. La “dieta de las princesas” es solo una manifestación más de la cultura de dieta que impregna nuestra sociedad y que ha encontrado en las redes sociales un altavoz perfecto para llegar a públicos cada vez más jóvenes. Disfrazada de magia y cuentos de hadas, perpetúa la idea de que el cuerpo es un escaparate que debe cumplir con los mandatos de belleza, en lugar de ser un hogar al que cuidar y respetar.
Frente a esta realidad, es necesario un trabajo consciente de educación alimentaria y corporal que empodere a niñas y adolescentes, alejándolas de mensajes que las reducen a su apariencia. Promover una relación saludable con la comida, fomentar la diversidad corporal y cuestionar los estereotipos de los medios de comunicación son pasos clave para romper este ciclo. Porque, aunque nos lo cuenten como un cuento, no lo es. Es cultura de dieta, y empieza demasiado pronto.
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